viernes, 28 de agosto de 2009

Tiempo perdido

Aquel día que andaba de parrandas con unos amigos alcancé a ver una flor que nunca antes había visto. Me dio temor acercarme; me cegaba su resplandor.

La segunda vez me acerqué, pero a distancias ya que desconocía si tuviera o no espinas. Y siempre que la veía lejos me mantenía.

Hasta que un día mucho después me atreví, me acerqué. Que placer fue para mí. La flor nunca tuvo espinas, ni visibles ni escondidas. A través de sus ojos brillaba el sol. Desde ese día nació mi amor por tan bella flor.
Esa noche andaba con mi amiga Marisabel. Ella fue quien nos presentó. Ella todo lo preparó y de coraje me armó.

Nunca se me olvidé que me dijeras que a tu padre me parecía. Mi amiga lo escuchó y con un brinco me dijo, “Por Dios, Andrés, llegó tu momento, que esperas! Su padre es su mejor amigo, su confidente. Lo más que quiere”.

Nos juntamos par de veces y la pasamos de película. Por lo menos para mí. Hasta que al otro día cuando me dijiste que del país te ibas a hacer una maestría en medicina.

Escuche que te casaste hace tiempo. Es el sueño que tenía yo contigo. No sé donde estarás, pero espero que seas feliz. Con el poco tiempo que te conocí, yo sé que yo lo fui. Espero que te vaya de maravilla. Que tengas lindos niños, mucho éxito y un bello jardín donde haya flores que tu belleza imitan.

A los amigos míos les pido que si ven una flor semejante que se arriesguen. No importa cuantas espinas tenga, lo importante es que no la pierdan de vista. Llévense siempre del instinto y no duden en ustedes, se los pido. No pierdas el tiempo, no le temas a algo bueno.

AV

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